Foto: EFE/Ricardo Maldonado Rozo
Siendo laico, san Juan Pablo II le hizo padre sinodal para instruir a los obispos
Intelectual de enorme solidez, Guillermo León Escobar reconocía que le gustaba el poder. Y sostenía que «la fe y el estudio» le habían permitido moverse en ese ámbito. Dedicó su vida a la Iglesia Católica en la que, siendo laico, llegó a ser padre sinodal en 1997, cuando san Juan Pablo II le invitó a dirigirse al Sínodo de los Obispos para instruirles sobre «el ayer, el presente y el futuro de la Iglesia Católica». Entre su audiencia había un obispo llamado Jorge Mario Bergoglio. Y disfrutó de la política en la que entró de la mano del presidente colombiano Misael Pastrana. Promovió en la década de 1990 la urdimbre de la Unión de Partidos Latino Americanos (UPLA), organización alentada por la Fundación Hanns Seidel de la CSU bávara. A ella se vincularon políticos como el presidente boliviano Tuto Quiroga, los presidentes salvadoreños Alfredo Cristiani y Armando Calderón, el guatemalteco Álvaro Arzú y el colombiano Andrés Pastrana. El representante permanente del PP español en la UPLA fue Federico Trillo-Figueroa, que llegaría a ofrecer a Escobar trabajar en la Presidencia del Congreso de los Diputados español en los años que Trillo la ocupó.Pero el destino de Guillermo León era el Vaticano. Ya había sido el representante personal de san Juan Pablo II en el cincuentenario de la Conferencia Episcopal de América Latina y en los actos conmemorativos de la V Centenario del Descubrimiento de América. Y tan pronto como su amigo Andrés Pastrana llegó a la Presidencia de Colombia, el 7 de agosto de 1998, el destino de Escobar estaba sellado –con enorme satisfacción por parte vaticana: embajador en la Santa Sede. Embajada que prolongaría en el primer mandato de Álvaro Uribe y renovaría en el segundo de Juan Manuel Santos.
Guillermo León era un hombre de una apariencia idéntica a Luciano Pavarotti y le encantaba imitarlo. Recuerdo cómo el 4 de marzo de 2000 salíamos de Misa en San Pedro cuando unos turistas japoneses se acercaron a pedirle un autógrafo. Imperturbable firmó: «Luciano». Lo miré boquiabierto y me dijo con desdén: «No pasa nada. Pero si hubiera puesto “Pavarotti”, sería delito». Guillermo León fue un tipo que demostró un control infinito de las interioridades vaticanas. Escucharle durante horas contando miserias y grandezas era fascinante. Porque, sobre todo, era un católico, apostólico y romano. Muy romano. Tanto que siendo embajador de Colombia ante la Santa Sede, le importaba más la Santa Sede que los amigos colombianos que le llevaron allí.
Era tan efectivo con sus manejos en las catacumbas vaticanas que a la boda de un amigo celebrada en julio de 2005 aportó dos bendiciones papales: la del Papa reinante, Benedicto XVI, y la de san Juan Pablo II. Explicó al atónito novio que la del difunto pontífice había sido pedida antes de su óbito el 2 de abril anterior. Lástima que el documento estuviera fechado el 30 de junio de 2005. El matrimonio acabaría siendo anulado.
Ramón Pérez-Maura/ABC
Guillermo León Escobar Herrán nació el 17 de enero de 1944 en Armenia, Quindío, y ha muerto el 17 de diciembre de 2017 en Roma. Filósofo, pedagogo y teólogo, fue profesor de Teología y Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana de Bogotá. Sería embajador de Colombia en el Vaticano entre 1998 y 2007 y desde 2014 hasta su muerte.
Fecha de Publicación: 22 de Diciembre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario