Un yugo que se ha ido larvando durante demasiadas décadas y que sólo se ha manifestado con su omnipotencia supremacista en los últimos cinco años. No obstante, el espejismo bajo el que marcharan los disciplinados votantes que se conforman que un “reequilibrio constitucional”, por obra y gracia de las milagrosas urnas (esta vez legales), es una ilusión propia de los ilusos.
Y eso que el llamado bloque “constitucionalista” conseguirá sacar del limbo de la comodísima abstención a muchos sufragistas. Pero ese voto llegará y marchará. No es de los que se queda para siempre.
 
En definitiva, la ilusión de los ilusos proviene de los mantras de los partidos constitucionalistas que quieren hacernos creer que en estas elecciones se decide todo, cuando en realidad -de facto- no se decide nada. Concediendo mucho al lector, afirmaremos que serán los pactos poselectorales –si es que se logran- los que dibujarán muy someramente una nueva pantalla en este interminable juego entre poderes e imaginarios que se está librando en esta agitada periferia de la marca hispánica.
Las razones para desilusionar a los ilusos son, a vuela pluma, las siguientes:
1.-Nos han hecho creer que el bloque constitucionalista lo componen partidos como el PSC o los Comunes, junto al PP y Ciudadanos. Craso error. PSC y Comunes son la perfecta expresión de una más que calculada ambigüedad, como la recién reconocida bisexualidad de Colau. Estos últimos no son constitucionalistas sino que su sueño es derrocar la Constitución, pero para ello lo quieren realizar desde el interior de la propia arquitectónica constitucional; y no desde fuera como pretenden los secesionistas radicales. Si contamos en puridad el constitucionalismo, el peso del voto de Ciudadanos y el PP en Cataluña, no pasará del 30% de sufragios. Triste para los ilusos con ilusiones, pero es así. Los sondeos no se pueden estirar más.
2.-Aunque Ciudadanos explosione en la recolección de votos, en ningún caso los partidos con representantes electos, permitirán un pacto por el que resulte elegida Inés Arrimadas como Presidente del Parlament. Y el primero en establecer esta línea roja ha sido Iceta, entre samba y mambo, ha dejado claro que sólo existen él y Narciso (que son lo mismo). El subidón de votos que le auguran las encuestas se ha escalado hasta su cabeza y cree que puede marcar las líneas maestras de la futura política catalana. Es probable, pero necesita demasiadas carambolas con los resultados globales que se auguran. Del PP mejor no hablar por que está apunto de experimentar el significado de la expresión “implosión final”.
3.-En el bloque independentista las aguas están también revueltas. Las líneas rojas son tantas que parecen esas redes de rayos láser que se encuentran los espías en las películas cuando quieren robar algo en un museo. No hay quien pase. Puigdemont quiere volver como Presidente, pero no regresará sin haber pasado primero por prisión cautelar. Esquerra no puede permitirse ceder la presidencia del gobierno regional, ante la ausencia de Junqueras, y darle oxígeno al PDeCAT para que resucite el partido-cadáver. Y entregarle el poder a Marta Rovira, superaría el surrealismo del rostro de Rossy de Palma. De la CUP mejor ni hablar. En el hipotético caso de una mayoría de escaños de los tres partidos explícitamente independentistas, y de que se pusieran de acuerdo en una investidura, Cataluña seguiría siendo ingobernable. ¿La razón? Que varios de los diputados elegidos deberían permanecer en prisión cautelar y, por tanto, no podrían ir a las sesiones parlamentarias. Con lo cual la aprobación de leyes se haría más que difícil.
4.-Por último queda el conejo de la chistera. Entre ERC, PSC y Comunes sumarían casi un 45% de votos y rozarían una mayoría parlamentaria suficiente si no enervan demasiado al PDeCAT y consiguen arrancarle apoyos puntuales. ¿Pero cómo conseguirlo con lo egos de los liderazgos nacionalistas subidos? El sainete catalán puede encontrarse con un futuro Parlamento regional incapaz de lograr un gobierno estable. Con un Puigdemont que aparezca de golpe o que nunca salga de su escondite; con un Junqueras imposibilitado para pisar el Parlament; con una CUP fagocitada por su facción más radical, “Endavant”, liderada desde la sombra por Anna Gabriel, aquí no hay quien gobierne.
 
Si hay estabilidad en el Parlamento regional de Cataluña, sólo será explicable por un pacto secreto con las fuerzas económicas, sociales y políticas reales del entramado de poder y no por el voto de los ciudadanos. El tripartito que hemos descrito sólo es posible que funcione si alguien desde “arriba” ordena que funcione.
¿El precio a pagar que exigirá ERC para evitar que su propio electorado le linche si forma este tripartito? Es más que previsible: un blindaje de la transferencia de la educación, de seguridad y medios públicos. Y por supuesto, una quita o trato de favor del Ministerio de Economía, para paliar el desastre económico en que nos ha dejado el nacionalismo.
Todo este hipotético y casi imposible equilibrio dependerá de factores como los egos personales; de si el nacionalismo se siente agraviado por algunas condenas en firme de algunos de sus líderes y decide romper la baraja o por una desestabilización del propio gobierno central. En fin, demasiadas variables para esperar que todo vaya a volver a la normalidad gracias a las urnas.
Cabe preguntarse si alguna vez ha existido la aplicación del 155, o simplemente nos han ofrecido un espectáculo de fuegos de artificio, mientras cambiaban el escenario político de una situación que ya se había vuelto inoperable. Pero pasadas las elecciones nos encontraremos de nuevo con la misma Cataluña, los mismos agentes políticos y esencialmente el mismo problema. Se ha liberado un poco de presión para evitar que la olla exprés explote, pero el agua sigue hirviendo. Y la ilusión de los ilusos pronto finiquitará cuando descubran que su voto no ha servido para mucho. Porque, a ver si lo aprendemos de una vez, al nacionalismo se le derrota trabajando día a día, no simplemente votando cada cuatro años.