Feria del 21-XII
Generosidad y espíritu de servicio
“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región
montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto
oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y
exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la
madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en
mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
(Lucas 1,39-45).
I. La Virgen se da del todo a lo que Dios le pide. Nuestra Señora manifestó una generosidad sin
límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra. La Virgen no piensa en sí misma, sino en los demás. Trabaja en
las faenas de la casa con la mayor sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque sabe que el
Señor está en Ella. En María comprobamos que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben encontrar la mejor
retribución en el haber dado: Habéis recibido gratis, dad gratis (Mateo 10, 8). La persona generosa sabe dar cariño,
comprensión, ayudas materiales..., y no exige que la quieran, la comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Ahí está
toda su riqueza. Descubre que amar “es esencialmente entregarse a los demás” (JUAN PABLO II, Alocución). El dar ensancha el
corazón y lo hace más joven. A la Virgen le suplicamos hoy que nos enseñe a ser generosos, en primer lugar con Dios, y luego con
los demás.
II. Junto a María descubrimos que Dios nos
ha hecho para la entrega, y que cada vez que nos
“reservamos” para nuestros planes y para nuestras cosas, a espaldas de
Él, morimos un poco. Lo ”nuestro” se salva
precisamente cuando lo entregamos. La generosidad con Dios ha de
manifestarse en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno
de
éstos, conmigo lo hicisteis (Mateo 25, 40). La generosidad con los demás
se manifiesta de diversas maneras: saber olvidar con prontitud
los pequeños agravios que se producen en la convivencia; sonreír y hacer
la vida más amable a los demás; juzgar con
comprensión a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables
del trabajo; aceptar a los demás como son; un
pequeño elogio; un tono positivo a la conversación. Y sobre todo,
facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen
más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.
III. El Señor recompensa aquí, y luego en
el Cielo, nuestras muestras, siempre pobres, de generosidad.
Pero siempre colmando la medida. “Es tan agradecido, que un alzar los
ojos con acordarnos de Él no deja sin premio” (SANTA TERESA,
Camino de perfección) Quien tiene en cuenta hasta la más pequeña de
nuestras acciones, ¿cómo podrá olvidar
la fidelidad de un día tras otro? El Señor da el ciento por uno por cada
cosa dejada por su amor. Un día oiremos: Ven bendito de
mi Padre, al cielo que te tenía prometido (Mateo 25, 34). Oír estas
palabras de bienvenida a la eternidad ya habría compensado la
generosidad. Se entra en la eternidad de la mano de Jesús y de María.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia
Pedro
Kanjis (latín: Canisius), teólogo
jesuita holandés, predicador, escritor, Doctor de la Iglesia, llamado
"el segundo evangelizador de Alemania" (el primero siendo San
Bonifacio),
llamado también "Martillo de los herejes" por la claridad con que
demolía los errores de los protestantes, entre los iniciadores de la
prensa Católica.
Devoto del Corazón de Jesús
Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania.
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
Uno de los primeros jesuitas devotos al Corazón de Jesús, se sintió impulsado a buscar a Cristo en el Santísimo Sacramento luego de sus últimos votos y a agradecerle al Cristo presente por la gracia que había recibido de Su Sagrado Corazón de posibilitarle continuar su misión en Alemania.
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda su alma".
San
Pedro Canisio, el segundo apóstol de Alemania,
despues de San Bonifacio. Se le venera como uno de los creadores de la
prensa católica. Además, fue el primero del numeroso ejercito de
escritores jesuitas.
Nació
en 1521, en Nimega de Holanda, que
dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo
mayor de noble Jacobo Kanis. Aunque Pedro tuvo la desgracia de perder
a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una
segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que
él mismo se acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos
inútiles; pero, dado que a los diecinueve años obtuvo el grado de
Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy
perezoso.
Por
complacer a su padre, Pedro estudió algunos
meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta de que
ésa no era su verdadera vocación, hizo voto de castidad y
volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del Beato Pedro
Fabro, miembro del grupo original de jesuitas, había
despertado gran interés en las ciudades del Rin. Bajo su dirección,
Canisio hizo los Ejercicios de San Ignacio, en Mainz y durante la
segunda semana prometió a Dios ingresar en la Compaña de Jesús. Entró en
el noviciado y pasó varios años en Colonia,
consagrado a la oración, al estudio, a visitar a los enfermos y a
instruir a los ignorantes. El dinero que recibió como herencia a la
muerte
de su padre lo dedicó en parte a los pobres y en parte al mantenimiento
de la comunidad. Fue el octavo jesuita en hacer los votos solemnes.
Canisio
había empezado ya a escribir. Su primera
publicación había sido la edición de las obras de San Cirilo de
Alejandría y San León Magno. Después de su
ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la predicación. Había
asistido a dos sesiones del Concilio de Trento, una en
Trento y otra en Bolonia, como teólogo del cardenal Truchsess y
consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura
teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu
conciliador. De ahí le llamó San Ignacio a Roma, donde le
retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso
modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier
oficio.
Fue enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de
la que la historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma
a hacer su profesión religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió
la orden de volver a Alemania, pues
había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya que
el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos
profesores capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían
las escuelas. No sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de
la Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego
vicecanciller, sino que, con sus sermones, consiguió la renovación
religiosa,
en la que también colaboró con su catequesis y su campaña contra la
venta de libros inmorales. Grande fue el duelo general cuando el
santo partió a Viena, en 1552, a petición del Rey Fernando, para
emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en
Ingolstadt. Muchas parroquias carecían de atención espiritual, y los
jesuitas tenían que llenar las lagunas y enseñar en el
colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo una
sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados;
las gentes se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el
noventa por ciento de la población había perdido la fe y los pocos
católicos que quedaban, practicaban apenas la religión. San Pedro
Canisio empezó por predicar en iglesias casi vacías, en parte
por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin resultaba muy
duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue
ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los
enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y
espíritu de empresa del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y
de todos, lo mismo de la enseñanza en la universidad, que de
visitar en las cárceles a los criminales más abandonados.
El Rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido
nombrarle arzobispo de la sede vacante de Viena, pero San Ignacio sólo permitió que administrase la diócesis durante un año, sin
el título ni los emolumentos de arzobispo. En vez del cardenalato que el papa le ofreció Pedro Canisio prefirió el humilde
servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia.
Pionero de la prensa católica
Se
le reconoce como pionero de la prensa católica,
siento el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas. Por
aquella época, San Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o
"Resumen de la Doctrina Cristiana", que apareció en 1555. A esa obra
siguieron un "Catecismo Breve" y un "Catecismo Brevísimo", que
alcanzaron enorme popularidad. Dichas obras serían para la
contrarreforma Católica lo que los catecismos de Lutero habían sido para
la
Reforma Protestante. Fueron reimpresos más de doscientas veces y
traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el escocés de
Braid, el hindú y el japonés) en vida del autor. Ayudó a formar varias
editoriales católicas.
El
santo nunca trató a los protestantes con falta
de caridad. Se limitó a clarificar sus errores para el bien de todas las
almas. Supo ser caritativo y amable con los herejes y al mismo tiempo
incisivo y claro contra las herejías. Su recomendación a los sacerdotes:
"no hieran, no humillen, pero defiendan la religión con toda
su alma".
En
Praga, a donde había ido a fundar un colegio,
se enteró con gran pena de que había sido nombrado provincial de una
nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y
Bohemia. Inmediatamente escribió a San Ignacio: "Carezco absolutamente
del tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy
orgulloso y apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me
hace totalmente inepto para el oficio de provincial". Pero San Ignacio
sabía lo que hacía. En los últimos años que pasó en Praga, Pedro Canisio
devolvió la fe a gran parte de la ciudad, y el
colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban a él a
sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la
discusión entre teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha
conferencia, aunque estaba convencido de que ese tipo de
reuniones provocaban disputas que no hacían más que ensanchar el abismo
que separaba a los cristianos. Es imposible escribir aquí los
numerosos viajes de su provincialato y sus múltiples actividades. El P.
Brodrick calcula que, entre 1555 y 1558, recorrió diez mil
kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años, anduvo cerca de
treinta mil kilómetros por Alemania, Austria, Holanda e Italia.
Para responder a quienes decían que trabajaba demasiado, solía decir:
"Quien tenga demasiado qué hacer será capaz de hacerlo todo
con la ayuda de Dios", otras veces decía: "Descansaremos en el cielo".
Además
de los colegios que fundó o
inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En 1559, a instancias
del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis
años. Ahí reavivó una vez más la llama de la fe, alentando a los
fieles, tendiendo la mano a los caídos y convirtiendo
a muchos herejes. Además, convenció a las autoridades para que abriesen
de nuevo las escuelas públicas, que habían sido
destruidas por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo
posible por impedir la divulgación de los libros inmorales y
heréticos, divulgaba en cuanto podía los libros buenos, ya que
comprendía, por intuición, como aumentaba la importancia de la
prensa. En aquella época recopiló y editó una selección de las cartas de
San Jerónimo, el "manual de los Católicos", un
martirologio y una revisión del Breviario de Augsburgo. En Alemania se
reza todavía, los domingos, la oración general compuesta por el
santo. Al fin de su provincialato, San Pedro residió en Dilinga de
Baviera, donde los jesuitas tenían un colegio y dirigían la
universidad. Además, ahí residía también el cardenal Otón de Truchsess,
que desde hacía largo tiempo era íntimo
amigo de San Pedro Canisio. El santo se dedicó sobre todo a la
enseñanza, a oír confesiones y a escribir los primeros libros de una
colección que había comenzado por orden de sus superiores. Dicha obra
tenía por fin responder a una historia del cristianismo,
muy anticatólica, que habían publicado recientemente los escritores
protestantes, conocidos con el nombre de "Centuriadores de
Magdeburgo". Canisio continuó su obra mientras desempeñaba el cargo
de capellán de la corte en Innsbruck y sólo
la interrumpió en 1577, a causa de su mala salud. Sin embargo, seguía
tan activo como siempre, pues predicaba, daba misiones,
acompañaba al provincial en sus visitas y aun desempeñó, durante algún
tiempo, el puesto de viceprovincial.
En
1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la
orden de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada
entre dos regiones muy protestantes, quería que se fundase desde
hacía mucho tiempo un colegio católico, pero, además de otros obstáculos
que oponían a la empresa, carecía de fondos
suficientes para realizarla. En pocos años venció San Pedro Canisio esos
obstáculos y consiguió dinero, eligió el sitio y
supervisó la erección del espléndido colegio que es en la actualidad la
Universidad de Friburgo, aunque nunca fue rector ni profesor en
él. Además del interés con que seguía los progresos del colegio, su
principal actividad, durante los ocho años que pasó
en Friburgo, fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba
en la catedral y, entre semana, visitaba los pueblos del
cantón. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que a San Pedro
Canisio se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época
tan crítica. Al final, la debilidad de su cuerpo obligó al santo a
renunciar a la predicación. En 1591, un ataque de
parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo
suficiente para seguir escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta
poco
antes de su muerte. Depués de haber rezado el Santo Rosario con varios
jesuitas en Friburgo, el 21 de diciembre de 1597, de pronto exclamó
lleno de alegría y emoción: "Mírenla, ahí está. Ahí está". Y murió.
Era la Virgen
Santísima que había llegado a llevárselo para el cielo.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado doctor de
la Iglesia en 1925.
Una
de las principales lecciones de su vida es el
espíritu y el estilo de sus controversias religiosas. El mismo San
Ignacio había insistido en la necesidad de dar "ejemplo de caridad
y moderación cristiana en Alemania". San Pedro Canisio advertía que era
un error "citar en una conversación los temas que
antipatizan a los protestantes . . . , como la confesión, la
satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos monásticos y
las
peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el paladar
estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche,
como los
niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas sobre
los que no estamos de acuerdo con ellos".
San
Pedro Canisio se mostraba duro con los que
propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos,
estaba dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su
actitud era muy diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o
habían sido arrastrados a él. El santo pasó toda su vida
oponiéndose a la herejía y tratando de restaurar la fe y la vida
católicas. Sin embargo decía, hablando de los alemanes: "Es
cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran en la
fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por
ignorancia que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin
deseo y sin obstinación". Según San Pedro Canisio, no
había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de
los herejes "con aspereza y descortesía, pues ello no sólo
es el reverso del espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la
rama desquebrajada y a apagar la mecha que humea
todavía".
El caso del Padre Couvillon
El Padre Couvillon era muy duro y hostil y estaba alienando a sus compañeros y estudiantes. Pedro Canisio, siendo su superior, no permitió que ese defecto evidente del P. Couvellon le cegara ante los talentos que poseía. En vez de marginar a Couvillon le pidió que se quedara de maestro y lo nombro su secretario. Le dio buena dirección invitándolo a preocuparse menos de si mismo y mas de la oración y el trabajo. Así el buen padre logro hacer mucho bien.
El Padre Couvillon era muy duro y hostil y estaba alienando a sus compañeros y estudiantes. Pedro Canisio, siendo su superior, no permitió que ese defecto evidente del P. Couvellon le cegara ante los talentos que poseía. En vez de marginar a Couvillon le pidió que se quedara de maestro y lo nombro su secretario. Le dio buena dirección invitándolo a preocuparse menos de si mismo y mas de la oración y el trabajo. Así el buen padre logro hacer mucho bien.
Nota: No se ha probado que él haya sido el editor
de los sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en 1543.
Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, Eliecer; Vidas de los Santos # 4
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo para Cada Día
Sálesman, Eliecer; Vidas de los Santos # 4
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo para Cada Día
Oración:
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen
San Pedro Canisio, que descubriste lo bueno de las personas mas difíciles. Tu encontraste sus talentos y los utilizaste. Ayúdame a ver mas allá de lo que me molesta para amarlos como Jesús y junto con ellos poder servirle. Amen
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