HAY DEL SOLO QUE SI CAE, QUIEN LE LEVANTE NO HAY
Domingo 2º Adviento
2014 7 de diciembre
Fue para mí una gran
sorpresa saber que los desiertos en el mundo ocupan un 35 % de la
superficie en los continentes y en particular en África y en Europa nada menos
que España, y más me asombró saber que la desertificación, el crecimiento de
los lugares desérticos, marcha a pasos agigantados, y actualmente este cambio
climático afecta a 1,200 millones de personas, que se ven obligados a
abandonar sus tierras de las que dependen afectiva y económicamente, generando
entonces pobreza, hambre y afecciones a la salud, y mi mayor asombro, no es el
planeta el que genera esta desertificación, sino las acciones de los hombres y
de las naciones que provocan cambios climáticos, además de la falta de
tratamiento adecuado de residuos y la falta de organización de los territorios
con criterios de sostenibilidad. Por otra parte, el desierto es un lugar de
profunda soledad, donde si tienes una gran pena no hay quién te consuele, si
tienes una gran alegría, no tienes con quién compartirla, si quieres gritar no
habrá quién te oiga y si quisieras oír alguna voz amiga, sólo escucharás por
siempre un monótono silencio. Por eso llama la atención y nos preguntamos por
qué escogió Juan el bautista el desierto para proclamar su mensaje de
preparación a la llegada del Salvador. Parece que de hecho él mismo se preparó
precisamente en las condiciones duras y austeras del desierto de Judea para
templar el ánimo y cuando llegó el momento levantó fuerte su voz, anunciando la
llegada ya inminente del Salvador. Y lo más interesante es que las gentes,
principalmente de Jerusalén dejaban la comodidad de sus hogares, dejaban los
ritos rimbombantes y prestigiosos del templo de Jerusalén para ir a escuchar a
un hombre vestido estrafalariamente que hablaba con fuerte voz, invitando a
todos los hombres a la conversión, a dejar atrás la vida de pecado y de placer
para esperar confiados la llegada del esperado de las naciones. Tuvo un gran
influjo en el ánimo de sus oyentes, que efectivamente confesaban sus culpas y
sus pecados y en señal de su conversión se dejaban sumergir en el Jordán por
aquél hombre que era de confiar, porque había encarnado en su propia persona lo
que pedía a las gentes. No cabe duda de que su palabra era dura, era ruda, casi
despiadada, pero conseguía el cambio en el ánimo de las gentes, y les
anunciaba: “YA VIENE DETRÁS DE MÍ UNO QUE ES MÁS PODEROSO QUE YO, UNO ANTE
QUIEN NO MEREZCO NI SIGUIERA INCLINARME PARA DESATARLE LA CORREA DE SUS
SANDALIAS. YO LOS HE BAUTIZADO A USTEDES CON AGUA, PERO ÉL LOS BAUTIZARÁ CON EL
ESPÍRITU SANTO”.
Hoy asistimos a una
desertificación en el corazón del hombre, igual que la de la tierra. Parece que
los hombres quieren vivir en un profundo desierto. Las gentes vagan y caminan
en las ciudades con sus audífonos puestos y cuando te atreves a interrogarlos,
sólo abren un poco más los ojos, pero sin dejar de escuchar lo que llevan
puesto en sus estéreos. Y si pides ayuda, nadie te ayudará porque cada quién
está pensando en sus propios problemas. Incluso en nuestras iglesias, cuando de
plano se ven obligados a saludarse dentro de la celebración Eucarística, lo
hacen con desparpajo, sin interés y sin ninguna acogida a la persona que
saludan. Por eso es importante el anuncio del Bautista: “ÉL LOS BAUTIZARÁ CON
EL ESPIRITU SANTO” o sea que Cristo introducirá el Amor, porque eso es el
Espíritu Santo en el mundo de los hombres a los que él mismo ha sido enviado.
Ese amor nos hará salir de nuestro nido para salir a recorrer el mundo en busca
de los que han perdido o errado el camino para volverlos al camino de salvación.
Ya estamos bautizados, pero nos falta aceptar esa presencia del Amor divino en
nosotros, aceptando a Cristo mismo como el Salvador y a la Iglesia como aliada
de la gracia y de la salvación. No es por llenar el espacio, sino para conocer
la voz de nuestros obispos que me atrevo a poner a la consideración de mis
lectores el n.275 de Aparecida, buscando cuál es la labor que el Espíritu Santo
nos encomienda, a la vista de tantos hombres que han sido ejemplo de vida
cristiana: “Nuestras
comunidades llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio
cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las
semillas del Evangelio, viviendo valientemente su fe, incluso derramando su
sangre como
Mártires. Su ejemplo de vida
y santidad constituye un regalo precioso para el camino creyente de los
latinoamericanos y, a la vez, un estímulo para imitar sus virtudes en las
nuevas expresiones culturales de la historia. Con la pasión de su amor a
Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad eclesial.
Con valentía, han perseverado en la promoción de los derechos de las personas,
fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad a la luz de la
enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente de sus
vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a
continuar con renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de
vida que nos han trasmitido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario