lunes, 1 de diciembre de 2014

HAY DEL SOLO QUE SI CAE, QUIEN LE LEVANTE NO HAY Domingo 2º Adviento 2014 7 de diciembre

HAY DEL SOLO QUE SI CAE, QUIEN LE LEVANTE NO HAY
Domingo 2º Adviento 2014  7 de diciembre
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Fue para mí una gran sorpresa saber que los desiertos en el mundo ocupan un 35 %  de la superficie en los continentes y en particular en África y en Europa nada menos que España, y más me asombró saber que la desertificación, el crecimiento de los lugares desérticos, marcha a pasos agigantados, y actualmente este cambio climático afecta a 1,200 millones de personas,  que se ven obligados a abandonar sus tierras de las que dependen afectiva y económicamente, generando entonces pobreza, hambre y afecciones a la salud, y mi mayor asombro, no es el planeta el que genera esta desertificación, sino las acciones de los hombres y de las naciones que provocan cambios climáticos, además de la falta de tratamiento adecuado de residuos y la falta de organización de los territorios con criterios de sostenibilidad. Por otra parte, el desierto es un lugar de profunda soledad, donde si tienes una gran pena no hay quién te consuele, si tienes una gran alegría, no tienes con quién compartirla, si quieres gritar no habrá quién te oiga y si quisieras oír alguna voz amiga, sólo escucharás por siempre un monótono silencio. Por eso llama la atención y nos preguntamos por qué escogió Juan el bautista el desierto para proclamar su mensaje de preparación a la llegada del Salvador. Parece que de hecho él mismo se preparó precisamente en las condiciones duras y austeras del desierto de Judea para templar el ánimo y cuando llegó el momento levantó fuerte su voz, anunciando la llegada ya inminente del Salvador. Y lo más interesante es que las gentes, principalmente de Jerusalén dejaban la comodidad de sus hogares, dejaban los ritos rimbombantes y prestigiosos del templo de Jerusalén para ir a escuchar a un hombre vestido estrafalariamente que hablaba con fuerte voz, invitando a todos los hombres a la conversión, a dejar atrás la vida de pecado y de placer para esperar confiados la llegada del esperado de las naciones. Tuvo un gran influjo en el ánimo de sus oyentes, que efectivamente confesaban sus culpas y sus pecados y en señal de su conversión se dejaban sumergir en el Jordán por aquél hombre que era de confiar, porque había encarnado en su propia persona lo que pedía a las gentes. No cabe duda de que su palabra era dura, era ruda, casi despiadada, pero conseguía el cambio en el ánimo de las gentes, y les anunciaba: “YA VIENE DETRÁS DE MÍ UNO QUE ES MÁS PODEROSO QUE YO, UNO ANTE QUIEN NO MEREZCO NI SIGUIERA INCLINARME PARA DESATARLE LA CORREA DE SUS SANDALIAS. YO LOS HE BAUTIZADO A USTEDES CON AGUA, PERO ÉL LOS BAUTIZARÁ CON EL ESPÍRITU SANTO”.
Hoy asistimos a una desertificación en el corazón del hombre, igual que la de la tierra. Parece que los hombres quieren vivir en un profundo desierto. Las gentes vagan y caminan en las ciudades con sus audífonos puestos y cuando te atreves a interrogarlos, sólo abren un poco más los ojos, pero sin dejar de escuchar lo que llevan puesto en sus estéreos. Y si pides ayuda, nadie te ayudará porque cada quién está pensando en sus propios problemas. Incluso en nuestras iglesias, cuando de plano se ven obligados a saludarse dentro de la celebración Eucarística, lo hacen con desparpajo, sin interés y sin ninguna acogida a la persona que saludan. Por eso es importante el anuncio del Bautista: “ÉL LOS BAUTIZARÁ CON EL ESPIRITU SANTO” o sea que Cristo introducirá el Amor, porque eso es el Espíritu Santo en el mundo de los hombres a los que él mismo ha sido enviado. Ese amor nos hará salir de nuestro nido para salir a recorrer el mundo en busca de los que han perdido o errado el camino para volverlos al camino de salvación. Ya estamos bautizados, pero nos falta aceptar esa presencia del Amor divino en nosotros, aceptando a Cristo mismo como el Salvador y a la Iglesia como aliada de la gracia y de la salvación. No es por llenar el espacio, sino para conocer la voz de nuestros obispos que me atrevo a poner a la consideración de mis lectores el n.275 de Aparecida, buscando cuál es la labor que el Espíritu Santo nos encomienda, a la vista de tantos hombres que han sido ejemplo de vida cristiana:  “Nuestras comunidades llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las semillas del Evangelio, viviendo valientemente su fe, incluso derramando su sangre como
Mártires. Su ejemplo de vida y santidad constituye un regalo precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, un estímulo para imitar sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la historia. Con la pasión de su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad eclesial. Con valentía, han perseverado en la promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente de sus vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a continuar con renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de vida que nos han trasmitido”.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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